Pablo, hace ya mucho tiempo que no nos vemos, que no conversamos. Nuestro diálogo se interrumpió allá por 1999. Eran tiempos convulsos, ¿recuerdas?: el crimen del vicepresidente, los manifestantes de uno y otro bando en la plaza del Cabildo, los disparos desde las azoteas contra la multitud, la súplica por la paz desde las escalinatas de la catedral. Y antes -y también después-, los celos, la maledicencia, los insultos, la soberbia, la mentira.
Es curioso: cuando ahora me detengo a contemplar aquellos días, me doy cuenta de que ya entonces había cesado nuestra conversación. ¡Y qué fructífera era! Tú, químico; yo, literato y algo filósofo, pero sobre todo aprendiz tras de tus pasos.
¿Qué nos unía? ¿Qué permitía ese diálogo? Yo creo que un poso común de Humanidades. Compartíamos saberes y preocupaciones que -creo yo- nacían de contemplar al ser humano y al universo entero como auténticas maravillas, llamadas a brillar en todo su esplendor.
Claro, nuestra conversación miraba siempre a la tarea que teníamos entre manos: la educación de nuestros alumnos. Una educación que no podía ser sino integral y personalizada.
Muchas veces he pensado en esas charlas en el colegio, en tu casa o por la calle. Invitaban a tener miras altas, a soñar. Pero, a la vez, eran muy realistas, pues al fin y al cabo nuestra formación universitaria y cultural (la historia de los hombres y de las civilizaciones, las obras de nuestros escritores y artistas, el diálogo secular de nuestros filósofos, la tradición cristiana) nos permitía echar mano de los conocimientos previos para hacer realidad la utopía de la educación.
Conocimientos previos… Pablo, no llegamos a debatir sobre este concepto tan de moda: no nos dio tiempo. Si lo hiciéramos ahora, empezaría por cambiar su denominación. Me referiría, más que a conocimientos previos, a bagaje, a aquello que contienen nuestros bártulos y que se enriquece a lo largo del camino.
Me gusta más la palabra bagaje porque a los conocimientos previos les podemos sumar las vivencias y los afectos.
Los conocimientos son importantes: permiten que el nuevo aprendizaje eche raíces al articularse con ellos. Pero, además, son una llamada continua a juzgar la verdad de lo que se aprende. Lo que sé ¿niega la verdad de este nuevo conocimiento? ¿O es más bien este el que invalida algo que en algún momento incorporé como verdadero? Esta pregunta por la verdad a partir de unos conocimientos que son previos es, precisamente, la que me protege de ser manipulado por los medios de comunicación o por cualquier grupo de interés.
Pero en mi bagaje también hay vivencias, también afectividad. Hay vivencias y afectos que brillan en todo su esplendor porque van más allá del mero conocimiento. Por ejemplo, la experiencia de una obra literaria, durante la cual vivimos verdaderamente, sentimos, el texto recorrido. Esta vivencia habita nuestro interior, hasta tal punto que nos conforma, nos configura de alguna manera.
Nuestras conversaciones, Pablo, eran posibles por ese bagaje de conocimientos, vivencias, afectos, que cada cual portaba en este viaje de la vida, en uno de cuyos caminos coincidimos durante unos pocos años. Después, tú continuaste; la senda que yo tomé la recorro todavía de la mano de tu sabiduría.
Que significativo lo del bagaje, realmente nos hace mas persona, y nos permite valorar al otro y respetar a las personas.
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